El «no» es una de las palabras más fuertes, poderosas y potentes que tenemos en nuestro vocabulario. Es una palabra que transmite ideas inquebrantables y que lleva aparejado un sentimiento de rechazo y coacción. Los padres usamos demasiadas veces la palabra «no», especialmente cuando se trata de prohibir al niño hacer determinadas cosas. En el siguiente articulo Clémentine & Bastièn te cuenta todo lo que debes saber sobre, Cuando le digas a tu hijo “eso no se hace”, enséñale cómo hacerlo.
Pero si en lugar de coartar continuamente la libertad del niño prohibiéndole hacer cosas que consideramos inoportunas, le explicamos cómo hacerlas de otro modo o qué otras alternativas existen, no solo estaremos fortaleciendo nuestra relación, sino educándole de forma positiva, respetuosa y empática.
«¿Por qué mi hijo no me hace caso cuándo le digo que no haga eso?»
«No hagas eso», «no saltes en la cama», «no corras», «no te subas ahí», «no grites», «no tires arena», «no comas chucherías», «no toques eso»… a la hora de educar a los niños utilizamos el «no» con demasiada frecuencia, ya sea porque consideremos que sus acciones no son correctas, molestan o simplemente creamos que no es apropiado que hagan lo que están haciendo en ese momento.
Algunos niños, sobre todo si son un poquito más mayores y además se les argumenta por qué no deben hacer tal cosa, quizá hagan caso y se detengan. Pero lo más probable es que esto no funcione en el caso de los más pequeños.
Principalmente, podemos decir que hay dos potentes razones que explicarían por qué los niños parecen ser ‘inmunes’ a los constantes ‘noes’ de los adultos:
Decimos ‘NO’ con demasiada frecuencia
En primer lugar, ¿nos hemos parado a analizar la cantidad de veces que decimos ‘no’ a los niños?
Si hiciéramos este ejercicio seguro que nos sorprenderíamos, por lo que no es de extrañar que entre tanto ‘no’ el niño acabe saturado de muchas de las cosas que les prohibimos, con el consiguiente riesgo que podría suponer obviar un ‘no’ que realmente sí deba ser ‘no’ (por ejemplo: «no cruzar la pista sin dar la mano a un adulto»).
Lo prohibido es tentador
Por otro lado, basta que nos digan lo que no podemos hacer para que lo hagamos. Las prohibiciones son tentadoras y de un modo u otro todos nos sentimos atraídos por ellas, pues la mente parece poner la atención de forma exclusiva en aquello que se nos prohíbe, pasando por alto el resto de cosas que sí podemos hacer.
Pongamos un ejemplo. Vamos de excursión con nuestro hijo y llegamos a un paraje natural de gran diversidad en el que puede hacer un sinfín de actividades. Sin embargo, nosotros ponemos el foco en aquello que no debe hacer: «no puedes acercarte al río».
¿Qué crees que hará entonces el niño? Pues lo más probable es que acabe yendo al río, pues a su carácter inquieto y explorador por naturaleza se suma la tentación de querer saber «por qué mis padres me han prohibido ir allí».
Educa, no prohíbas
Ahora bien, ¿quiere esto decir que no podemos decir «no» a los niños? ¡En absoluto!
El «no» es necesario porque los niños necesitan límites, deben saber lo que está bien y lo que está mal, y también aprender a tolerar su frustración cuando obtienen un «no» por respuesta.
Pero si cometemos el error de decir «no» de forma indiscriminada estaremos restando importancia y valor a la palabra y contribuyendo a que los niños la ignoren.
Es por ello que la palabra ‘NO’ solo debería utilizarse en situaciones inquebrantables en las que no quepa alternativa posible.
Por otro lado, nuestra misión como padres no es prohibir a cada instante a nuestros hijos hacer cosas, sino enseñarles a hacerlas de otra forma que resulte más apropiada, positiva y constructiva.
Para ello, en primer lugar debemos empatizar con nuestro hijo (es decir, «mirar con gafas de niño» y entender por qué es divertido para él/ella saltar en ese charco, trepar ese muro o qué le lleva a actuar de la forma en que lo hace). A continuación, tenemos que argumentar el por qué no es correcto que haga lo que está haciendo (el «porque no» o «porque yo lo digo», no sirve) y darle otras opciones que resulten más adecuadas.
Todo ello debemos hacerlo con amor y respeto, sin olvidar que estamos educando a nuestro hijo para que aprenda a hacer las cosas por sí mismo de la mejor forma posible, y no para que haga lo que nosotros queremos que haga.
Por ejemplo:
Si vamos a pasar el día al campo, dejemos que los niños disfruten de la naturaleza, jueguen y exploren, pero eso sí, que lo hagan con seguridad. Así, en lugar de decirle «no te subas al árbol», podemos ofrecerle otras alternativas como «este árbol es demasiado grande y si lo trepas podrías caerte y lastimarte, ¿qué tal si comienzas practicando en este otro árbol más bajito?» o «déjame qué te muestre primero cómo trepar y sujetarte con seguridad».
Si estamos en la biblioteca y nuestro hijo habla demasiado alto, en lugar de decirle «¡no grites!», bajaremos nuestro tono de voz para que lo tome como ejemplo y le diremos «en la biblioteca hay que hablar bajo para no molestar. Si necesitas hablar más alto, dímelo y saldremos a la calle».
También podemos involucrarle en la toma de una decisión, algo que los niños agradecen y aceptan de buen grado al tener la posibilidad de opinar sobre un tema que les concierne.
Así, por ejemplo, si nuestro hijo está saltando en la cama y no queremos que lo haga porque podría caerse o porque consideremos que no es un sitio para saltar, podemos invitarle a que elija otras alternativas: «saltar es muy divertido, pero hacerlo en la cama no es apropiado. ¿Se te ocurren otros sitios para saltar y pasar un rato entretenido?»
En definitiva, siempre que sea posible deberíamos ofrecer al niño alternativas al «no» que resulten más seguras o apropiadas en ese momento, al tiempo que educamos de forma respetuosa y constructiva, dejando a un lado el autoritarismo que implica prohibir continuamente.
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Fuente: Bebés y más.